martes, 28 de febrero de 2012

Hombre














A tí, que me atas cada día a tu cama,
al que llevo por bandera en mis entrañas,
el que me seduce cada día con la mirada,
ese que con un movimiento me estanca.

Ese hombre, con su sién ya plateada
que se acurruca a mi lado y me arrebata,
aquel que me hace dócil a su espalda
y fuego en mil y una batallas.

Quédate en mi lecho un poco más,
juguemos al son de un compás,
tu cuerpo... mi cuerpo,
todo quedó atrás, mi dolor... y tus lágrimas.

jueves, 16 de febrero de 2012

Shiva













Conocí a Shiva por casualidad. Estaba visitando centros psiquiátricos en mi última visita a la India cuando la descubrí. Tenía los ojos perdidos en el horizonte y llevaba siempre consigo una chaquetita bastante sucia y deteriorada. Al principio, cuando la vi mirando a través de la ventana, no le di mayor importancia, hay tantas personas con la mente perdida que lo más lógico es que su mirada se pierda por las paredes de las estancias, por los techos, por los suelos o simplemente a través de una cristalera.
Al entrar al recinto acompañada por uno de los médicos que trataban a los pacientes pude comprobar el deterioro de las paredes, la pintura se iba cayendo, los marcos de las ventanas, de madera, estaban llenas de hendiduras por las que se colaba el agua cuando llovía. El despacho de este médico no era mucho mejor, cuando le tocaba hacer guardia, su cama no era más que un somier con patas y un colchón bastante desgastado. Me contó que reciben muy pocas ayudas, si acaso de algún organismo extranjero y ninguna del gobierno de su propio pais.
-Se han olvidado que estos enfermos también son personas. La mayoría de los enfermos son mujeres que enloquecieron por el sufrimiento que la sociedad y sus costumbres les obligan a tener- me dijo.
Después de mostrarme las diferentes estancias e invitarme a un delicioso té de orquídea y caléndula, me mostró las salas donde se ubicaban los enfermos cuando no están en sus habitaciones y allí estaba Shiva. Era una muchacha joven de 20 años, muy bonita a pesar de su rostro inexpresivo. Su historia era triste, como la de tantas y tantas mujeres en La India.
Su único delito era haber dado a luz hembras.
Se casó a los 15 años con un vecino de una aldea próxima a donde vivía con sus padres y aunque al principio su marido no le prestaba demasiada atención ella fué acostumbrándose. El quería hijos a toda costa, cuanto más pronto mejor ya que el tener hijos era un "salvoconducto", una fuente de ingresos para las familias. En la cabeza de su marido no entraba la palabra hija, solo hijo, muchos hijos, "las hijas no sirven para nada, solo para cargar con ellas, no hay más que verte a tí, solo sirves para hacerte hijos" le solía decir él con frecuencia. La vida de Shiva no era un camino de rosas, su marido pasaba gran parte del día trabajando por lo que ella estaba sola mucho tiempo, a veces volvía para comer y cuando esto ocurría Shiva ya sabía cuál era el postre que el quería tomar. Era una especie de esclava en su casa aunque ella sabía que no tenía ningún derecho a llamarla así puesto que para las mujeres no había nada, tan solo tenían el derecho a satisfacer a sus maridos cuando y como quisieran, sin protestar. Su marido empezaba a impacientarse cuando pasados 3 meses de la boda Shiva no se quedaba embarazada, por lo que empezaba a obsesionarse y la obligaba a tener sexo con él varias veces al día. Para Shiva esto era una tortura pués la falta de apetencia hacía que las relaciones fuesen dolorosas y desde luego nada placenteras puesto que él nunca se preocupaba de que ella disfrutase. Tuvieron de pasar otros 3 meses para que Shiva por fin se quedara embarazada, entonces su vida mejoró un poco, él ya no la presionaba tanto y cuando quería sexo había maneras de aliviarse, siempre había alguna mujer dispuesta por unas rupias a satisfacer cualquier necesidad y parece que le debía gustar bastante ya que a ella durante todo el embarazo no la tocó.
Para suerte de Shiva dió a luz un niño bastante sano aunque muy delgadito. Cuando el niño tenía un mes de vida, Shiva volvió a quedarse embarazada ya que su marido no quiso guardar los días necesarios de cuarentena. El embarazo volvió a pasarlo tranquila y cuando llegó el momento de su vientre no salió una criatura sino dos pero desgraciadamente eran dos niñas. Su marido encolerizó y le pegó dos bofetadas, decía que era culpa suya, que no valía para nada. Shiva solo veía dos niñitas preciosas, con los ojos muy abierto. Su marido le dijo que las observara bien porque no las volvería a ver. Salió de la cabaña y Shiva trató de incorporarse, sabía perfectamente lo que aquello significaba, su marido iba a deshacerse de las niñas y ella no quería, eran sus niñitas, desgraciadamente para Shiva y sus hijas era tarde, ella estaba muy débil, había perdido mucha sangre durante el parto y no tenía casi fuerzas para sostenerse.
Su marido volvió al cabo de pocos minutos, traía una tela de lona, muy sucia, cogió a las niñas y desapareció con ellas. Shiva lloraba, suplicaba, gritaba pero nadie la socorrió, nadie se apiadó de ella, aqui todo el mundo oía, veía y callaba.
Shiva nunca supo que fué de sus hijas, solo entendió que algo dentro de ella se había roto. Pasaron los días y se convirtió en una autómata, ni siquiera se enteraba cuando su marido la forzaba, no sentía, no padecía. Su marido pasado un tiempo la repudió, La abandonó a su suerte en un bosque y un sacerdote la encontró vagando, agarrada a esa chaquetita y la trajo hasta aquí, desde entonces no hemos sido capaces de sacarla de ese estado.
-¿Y a su marido, no le pasó nada por hacer desaparecer a sus hijas?-pregunté yo.
-Aquí, en este país, las hijas son un estorbo, piensan que no sirven para nada, ya que quién lleva la voz cantante y por quien se paga en lo que se conoce como dote es por los hijos. Es muy difícil cambiar costumbres, pensamientos, no se dan cuenta que sin las mujeres no habría vida, solo ven lo que quieren ver... pero si hay padres que cambian el sexo a sus hijas hacia el año de vida y las hormonan para convertirlas en hombres, ya sabiendo eso, que vamos a esperar- contestó el médico resignado.
Me quedé muy pensativo y atónito, no podía creer lo que estaba oyendo. Salí de allí apesadumbrado, impotente por no poder hacer nada por Shiva y sabiendo que su vida sería siempre un viaje por su confusa mente.

viernes, 10 de febrero de 2012

Esta noche ¡NOOOO!













Silvia era una mujer de unos treinta años que estaba cansada de tener que caminar todos los días para ir al río a lavar la ropa o a la tiendita a comprar, por un camino que era peor que un tiovivo desbocado.
El camino era de tierra, lleno de baches y socavones y cuando llovía, que era bién a menudo se llenaba de charcos y barrizales y más de uno y de una se había casi dejado el pie en uno de esos pozos.
Silvia había hablado con su marido Manuel sobre su situación y le pedía que fuese a hablar con el alcalde y le contara su situación a ver si arreglaban eso de una vez. Su marido siempre le decía que esa misma semana lo intentaría pero que seguro que siempre habría algo que arreglar más importante que un camino para una veintena de vecinos.
-Manuel, mira que es necesario, no puedo estar yendo y viniendo por ese camino como tal y como está todos los días, o acaso ¿tú vas bién cuando te vas a trabajar?.
-No mi amor pero ten paciencia, iré al ayuntamiento a ver que se puede hacer.
-Manuel, siempre dices lo mismo.
-Y tu sabes que es verdad que lo haré.
Ante esta situación a Silvia se le ocurrió una idea. Reunió a todas las mujeres del poblado y les explicó que así no podían seguir, que necesitaban presionar de alguna manera a sus maridos para que se movieran y les propuso no tener relaciones maritales con ellos hasta que no arreglaran el camino.
A todas les pareció excelente idea, algunas incluso agradecieron el pensar que por un tiempo no tendrían a los zalameros y fogosos de sus maridos todo el día colgadas de ellas.
Silvia y algunas mujeres del poblado fueron más allá en sus presiones. Silvia conocía a la mujer del teniente de alcalde porque habían sido amigas de pequeñas, lo bastante amigas como para decidirse a ir a hablar con ella. Antonia, que así se llamaba la mujer, la recibió muy cariñosamente. Silvia le explicó brevemente la situación por la que estaban pasando y después de pensar, decidió ayudarlas a hacer presión ella tambien, es más, le prometió que hablaría con Pilar, la mujer del alcalde y seguro que ella también accedería. Estaban todas de acuerdo en que tenían que hacerse notar y presionar "donde más duele" como ellas decían riéndose.
La fórmula no se hizo esperar para hacer efecto, en cuanto los maridos vieron que la única respuesta que recibian ante sus cariños era ¡Esta noche no! y que esto se repetía noche tras noche hicieron asamblea y el alcalde que tambien es hombre y tiene sus necesidades y ante la amenaza de su mujer con cortarle los cataplines si lo solucionaba yéndose de pelandruscas, dictó orden de empezar las obras del camino de Santiago, que así se llamaba dicho camino. En un mes todo estaba solucionado, un camino liso, sin baches ni hoyos, donde ahora si se podía caminar por el.
Es misma noche hicieron fiesta en el poblado y todos los matrimonios pudieron por fin disfrutar y desplegar sus mejores artes amatorias e incluso se dice y se comenta que Silvia y Manuel se fueron detrás de unos matorrales a matojear para recordar que bueno era decir ¡Esta noche SIIIIIIIIIIIIIIII!.

sábado, 4 de febrero de 2012

Siempre llega la calma












Raúl era un tipo hosco, huraño, sin demasiado contacto con el mundo exterior. Sus vecinos habían hablado sobre él en innumerables ocasiones. Les llamaba la atención que a pesar de ser una persona joven (rondaría los 40) su cara era siempre el espejo de la mala uva.
Elena era una mujer de 80 años, vecina de escalera de Raúl. Cuando se encontraban en el rellano de cuando en cuando, siempre intentaba entablar una pequeña conversación con él, pero Raúl siempre pareciera tener prisa y pocas ganas de hablar. Contestaba a su saludo con un "Buenos dias o buenas tardes" y salía o entraba como despavorido. Rechazaba todo contacto humano que le hiciera permanecer más de 15 segundos seguidos.
Elena había hablado muchas veces con su hija sobre la actitud de Raúl. Marta, que así se llama la hija de Elena nunca lo había visto. Las veces que visitaba a su madre no habían coincidido en el portal.
Aquella mañana de lunes, amaneció lluviosa, la fuerte lluvia se acompañaba de algún relámpago.
Elena tenía que salir a la calle, necesitaba la medicina que tenía que tomar en cada comida. Había llamado a su hija para ver si se la podía ir a buscar, pero Marta tenía el día ocupado, le tocaba visita al ginecólogo y no sabía lo que iba a tardar.
-Ya sabes como es esto mamá, ¿cómo no me lo dijiste el sábado? te lo habría ido a
buscar si tú no querías salir de casa.
-Lo sé hija pero conté mal, creí que tendría por lo menos para las dos primeras
tomas. Bueno, no te preocupes, esperaré hasta la una del mediodía y sino iré a buscarlas yo, total, tampoco está tan lejos la farmacia.
-¡Ay mamá, con la que está cayendo!.
-Bueno hija, te dejo que sino se te hace tarde, ¿vienes esta tarde, verdad?
-Si mamá, hasta la tarde. Un beso ¡Y abrígate bien!.
-Si hija, no te preocupes.
La mañana fué pasando. Al ver que ya eran las 12.30 fué a prepararse para salir. Miró por la ventana y vió que la tormenta había amainado, ahora ya no eran más que unas cuantas gotas las que caían. Se puso el abrigo, cogió su paraguas, las llaves y salió de casa.
En casa de Raúl no se oía nada. -Estará trabajando- pensó.
La farmacia estaba desierta, tan solo Mara, la empleada, la saludó con una sonrisa y unas cuantas palabras amables. Elena salió de la farmacia y volvió a casa.
Abrió el portal y al ir a empujar la puerta sintió que se abría con facilidad, Raúl estaba empujándola para que pudiese entrar sin problema.
-Buenos días, ¡vaya mañana que ha hecho, ¿verdad?!.
-Sí-respondió él sin dar más explicaciones.
Elena subió el primer tramo de escalera, seguía los pasos de Raúl que ya se había adelantado y casi estaba llegando a su puerta. Al poner el pié en el primer escalón del segundo tramo, sintió que resbalaba. Un grito salió de su garganta aunque pudo agarrarse al pasamanos antes de caer al rellano.
Raúl bajó corriendo al oirla y por primera vez se interesó por ella.
-¿Puede levantarse?
-Creo que si- respondió Elena.
Raúl la ayudó a incorporarse y a subir los dos tramos de escalera que quedaban para llegar a sus casas. Por suerte no vivian más que en el primer piso.
Elena le dió las llaves a Raúl que abrió la puerta y entró con ella para acomodarla donde le dijese.
-¿Se encuentra bien?- preguntó Raúl.
-Creo que si. Solo noto un poco de dolor en el pié.
Raul se lo miró, lo tenía un poco hinchado.
-Creo que debería verla un médico. ¿Tiene alguien que pueda acercarla?.
-Ahora mismo no. Mi hija está en el hospital y no vendrá hasta la tarde.
-Entonces la acercaré yo- contestó Raul.
Por suerte para Elena, no era nada, solo tenía dolor por la postura que adoptó el pié al caer. No había esguince ni ningún otro tipo de daño, con lo cuál a los dos días estaba como nueva.
Marta la hija de Elena, intentó darle las gracias a Raul pero nunca lo encontraba en casa, así que trasladó a su madre su deseo de que le diera las gracias cuando lo viese.
A raíz de aquel día, Raúl y Elena empezaron a entablar más conversación, incluso alguna vez él le había ayudado con las bolsas de la compra.
Una tarde, Raul picó en el piso de Elena. No sabía porque pero el teléfono estaba mal, tenía mucho ruido y no había manera de comunicarse. Necesitaba que le dejase hacer una llamada. Elena le hizo pasar y lo llevó a la salita donde Marta la esperaba.
Los dos se miraron, fijamente, como hipnotizados.
-No puede ser ¡Raul!.
-¡Dios, Marta! ¿no me digas que Elena es tu madre?.
-Pués si. Llevo un montón de días intentando hablar contigo para agradecerte lo
que hiciste por mi madre y nunca te encontraba.
-Sí, ya se. No paro mucho por casa.
-¡Vaya!, veo que os conoceis- dijo Elena.
-Sí mamá, nos conocemos de hace mucho tiempo, ¿verdad Raul?- le dijo Marta
guiñándole un ojo.
-Sí- contestó él con una voz llena de nostalgia.
-Bueno, ahí tienes el teléfono- le mostró Elena.
Después de aquel día Raul se hizo asiduo a la casa de Elena. Siempre que podía estuviese o no Marta se escapaba un ratito para charlar con ella.
Raul empezó a cambiar, su semblante serio se transformó en un semblante más agradable, incluso volvía a sonreir.
Raúl volvió a tener ilusión, empezó a interesarse por las cosas de Marta. Elena se sentía felíz. Le gustaba Raúl. En el fondo sabía, que aquella dureza, aquella acritud, no eran más que una fachada, una coraza para no formar parte de nada ni de nadie, pero Elena, esa ancianita que tenía por vecina y que a pesar de que siempre pareciera estar enfadado con todo el mundo, nunca tuvo un mal gesto con él y con su bondad le cambió la vida para bien un buen día, en el que después de la tempestad siempre llega la calma.