lunes, 22 de agosto de 2011

Nefasta devastación
















Elsa volvía a casa caminando. No era muy tarde, las once y media de la noche. Había discutido con su hija y prefirió hacer lo que su ella le decía, dar por terminada la velada antes que las cosas fueran a más.
Estaba preocupada por que Sara, su hija, llevaba tiempo pasando por un mal momento. Su matrimonio se había roto, los problemas con su marido en los últimos meses se habían acrecentado enormemente por las ausencias y el aborto sufrido.
Sara era una joven quizá demasiado sensible, con gran necesidad de cariño y no por que no se lo dieran si no por que cada vez era más su necesidad de sentir y eso hizo que fuese poco a poco axfisiando a su marido. Los reproches eran continuos, que si no paraba en casa, que si ya no le decía que la quería, que si antes le daba un beso cada mañana, que si ahora ya no le cogía de la mano... .
Todo vino a raíz de un aborto espontaneo que tuvo al mes y medio de embarazo, estaba muy ilusionada con el que sería su futuro hijo, mareaba a todo el mundo haciendo planes con lo que aún no había nacido. Decía que como era muy joven seguro que cuando creciese y tuviese edad podrían ir juntos a la discoteca.
Se la veía radiante, por eso esa pérdida, hizo que perdiera el control sobre ella misma y quisiera acaparar la atención de todo el mundo.
Elsa había ido a casa de su hija a cenar, lo hacía a menudo para hacerle compañía ya que Sara por su disposición y sus pocas ganas de nada hacía complicado que fuese ella la que se desplazara a casa de su madre.
Cenaron con poca conversación. Elsa la observaba y se decia así misma que tenía que hacer algo pero no encontraba las palabras ni la forma de sacarla de ese pozo donde cada vez se iba hundiendo más y más.
Después de recoger la mesa y tomar café en la salita Elsa sacó el tema y le preguntó como se encontraba. Ese fué el detonante.
Como siempre Sara empezó que como quería que estuviese, que había perdido un hijo, su marido la había dejado, nadie se preocupaba por ella .... .
"Ah no, hasta ahí podríamos llegar" se dijo Elsa.
La miró a los ojos y le dijo que ya estaba bién, que si, que era una desgracia haber perdido el niño pero que todos habían sufrido esa pérdida y su marido lo había sentido profundamente, que dejase ya de compadecerse y que despertara de ese mal sueño. Que la vida estaba esperándola y no era el fin del mundo. Que con veinticinco años le quedaba mucho por vivir y que si aún quería recuperar a su marido, que se moviera.
Sara se puso echa una furia, de repente alguien, su propia madre le decía cosas muy crueles, ¿como podía hacer una cosa así, con lo que estaba pasando?.
-"Vete mamá, por favor, vete".
Elsa cogió sus cosas y se fué triste aunque sabía que era necesario.
La noche era apacible aunque algo fresca. Su mirada era baja, caminaba y veía como sus pies se movian ritmicamente, ni rápido ni despacio. Se preguntaba si habría sido muy dura con ella. Quizá si, aunque después de seis meses alguien tenía que hacerle reaccionar.
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando de repente sintió un fuerte tirón que no la dejaba avanzar, una presión en la boca y en el estómago se hizo latente, por un par de segundos no entendía que sucedía pero cuando intentó liberarse de esa presión, una voz ronca y susurrante le obligó a pararse. Se sintió arrastrada unos metros del camino. No veía quién era ya que su espalda iba pegada al cuerpo de ese individuo pero tuvo muy claro que nada bueno le iba a suceder.
Sentía terror, un pánico que le impedía articular un solo pensamiento coherente pero sabía que no debía resistirse, algo dentro de ella le decía que no lo hiciese. Veía como se alejaba cada vez más de ese camino que tantas veces había hecho y que a pesar de lo cerca que estaban los bloques de pisos nadie se veía por la calle, nadie que ella pudiese distinguir asomado a una ventana, ni un solo coche que circulase por allí. Todo se había confabulado en su contra.
En unos segundos que le parecieron eternos dejó de sentirse arrastrada, la misma voz ronca y susurrante le dijo que se estuviese quieta y las cosas irían bien. Le vendó los ojos y la tumbó en el suelo sin demasiado miramiento.
Elsa estaba paralizada, el no poder ver hacía que todo fuese más difícil, más angustioso. Sentía como ese hombre se recreaba en ella. Primero pasaba las manos por su cara sintiendo como las lágrimas afloraban, después desabrochó la blusa que llevaba, tocando toscamente lo que encontraba a su paso. Elsa sentía la excitación de ese hombre en cada respiración.
Continuó su recorrido subiendo su falda, ¡que fácil se lo había puesto!,
tan sólo tenía que deslizar su ropa interior un poco y listo.
Una risa y unas vulgares palabras salieron de esa boca que la torturaba Sintió como apartaban sus piernas y sabía lo que eso significaba, aún tardó unos segundos en someterla, algo estaba haciendo, quizá poniendose un condón para no dejar huella.
Antes de proceder pasó sus dedos por el lugar que iba a profanar sin preguntas, sin miramientos y se rió, disfrutaba de su fortaleza ante su víctima y sin mediar más palabras la penetró, con fuerza, con ganas, con saña. Elsa no podía más que esperar y esperar hasta que ese ruín y despreciable acto terminase.
Cuando se desplomó encima de ella, cansado, agotado, extasiado, sintió asco, no cuando la estaba forzando si no ahora, en ese momento en que él parecía vulnerable, débil. Quería quitárselo de encima pero no podía, sentía que si intentaba algo él podría seguir haciéndole daño.
Se enderezó al cabo de unos instantes que a Elsa le parecieron eternos y con esa siniestra voz le dijo que no había estado mal, que le había encantado "tirársela". Elsa no dijo nada.
Le advirtió que hoy no le haría nada más, que esperase unos minutos y luego se quitara la venda, que la estaría observando y si no cumplía volvería y no sería "tan bueno".
Elsa espero, contando mentalmente los segundos, allí dolorida, humillada, sintiendo que la vida hoy se le había escapado.
Se quitó la venda, se abrochó la blusa, se puso la ropa interior y se quedó allí quieta, llorando en silencio, dando gracias que no la había matado y maldiciendo aquel nefasto día.
Se levantó limpiando un poco su falda y arreglando su alborotado pelo. Agradeció la desgana de su hija y que no hubiese sido ella la que hubiese hecho ese camino.
No dijo ni pensó nada más. Hoy era un día para olvidar.