sábado, 17 de marzo de 2012

Los dragones de la felicidad













En uno de mis innumerables viajes por el mundo quedé fascinada por la belleza y esa mezcla de cultura moderna y antigua de un país tan desconocido como maravilloso llamado Buthan (la tierra del dragón del trueno).
Yo en aquellos años a principio de los 70 andaba sumida en una casi depresión en la que me estaba costando no caer. Animada por una amiga, decidí un viaje que me cambió por completo la vida y mi visión sobre la misma.
Me armé de valor y ganas y sucumbí una vez más a mi espíritu aventurero. Cuando llegué, pronto me di cuenta que mi visión del país no era del todo cierta. Me encontré un paisaje totalmente abrupto y montañoso, donde hacer un viaje en coche te hace sacar hasta las tripas. Yo misma pude comprobarlo. Nunca he padecido mareos viajando, mi estómago aguanta bien los vaivenes pero en esta ocasión creo recordar que tuve que pedir al chofer que me llevaba a mi destino que parara cuatro veces sino quería que le vomitara el coche.
El chofer no creais que me llevaba a un lujoso hotelito, que va, allí los turistas vivían en casas con familias que los acogían por unos días y a los que tu pagabas, era su medio de vida, además del ganado.
La familia Tao-ka me acogió con suma amabilidad, de hecho me sentí como una más desde el primer día. Era un matrimonio de unos 45 años, con dos hijos, un chico y una chica que durante mi estancia en su casa me hicieron de guía turístico.
Me sentí encantada entre ellos y lo que iba a ser un viaje de una semana se convirtió en 10 maravillosos años.
Me gustaba la paz que se respiraba, el trato de la gente, el respeto hacia todo, pero sobre todas las cosas lo que más me llamó la atención y me gustó y fué el desencadenante de mi larga estancia en ese país fué su concepto de la felicidad.
Allí no se buscaba el enriquecimiento monetario (ni siquiera tenían una moneda de curso legal) sino la búsqueda del bienestar humano.
Yo había dejado un país en el que la mujer era casi un objeto, un país machista en la que ni siquera una esposa podía firmar un papel o trabajar sin el consentimiento de su marido y llegué a un pais con menos riqueza material, donde el papel de la mujer era reconocido y respetado, de hecho, es un país matriarcal en el que incluso algunas mujeres se permiten el capricho de practicar la poligamia (cosa que reconozco me escandalizó en su día).
Diez años de mi vida, diez años en los que fuí felíz trabajando en el campo, en el que no me sentí jamás una extranjera y donde los niños me rodeaban para que les enseñara alguna palabra en español.
Diez años en los que fuí respetada y valorada y en los que el amor llamó a mi puerta un día de tormenta, en la que un paraguas sirvió a dos personas para unir diferentes culturas en las que siempre primó el respeto, en los que jamás me sentí más amada como mujer y en los que la vida quiso hacerme el regalo más bonito que un ser humano puede hacer, mis dos hijos; Tian (cielo) y Maylin (jade precioso). Esta es la herencia que Lian me dejó, por desgracia murió a los diez años de mi llegada, pero los nueve años, casi diez que estuve con él, fueron los más maravillosos de mi vida. Su muerte me dejó un gran vacío que tardé en superar pero viendo a mi maravilloso cielo y mi preciosa jade, se me olvidaba todo, sus ojos, eran los suyos, siempre estaría conmigo.
Hoy, cuando ya soy una anciana de ochenta años, que volvió a su país cuando el dolor se intensificaba en cada rincón de Buthan, donde no podía dar un paso sin sentir su olor, donde cada estancia de la casa, era su risa, su voz, su susurro, hoy hago memoria para mi nieta, para que no olvide sus orígenes y para que luche por lo que quiere.